El español es una lengua que está constituida por innumerables reglas que pretenden guiar su empleo. Tales reglas, han sido aglomeradas dentro de una disciplina llamada gramática de la cual, se desprende la ortografía que viene a ocuparse del estudio de la escritura correcta. En efecto, la RAE (2010) establece:
La ortografía contribuye decisivamente a evitar la dispersión en la representación gráfica de una misma lengua, dispersión que, llevada al extremo, haría difícil y hasta imposible la comunicación escrita entre sus hablantes y comprometería su identificación como miembro de una sola comunidad lingüística. (p. 15)
Sin embargo, en los últimos tiempos se ha venido discutiendo sobre la necesidad de jubilar la ortografía e incluso algunos extremistas, más recientemente, han sentenciado que la ortografía es un código de exclusión. Por lo que en este ensayo, nos proponemos a defender la justa tradición de mantenernos firmes en el empleo de las reglas ortográficas como forma de cuidar la unidad del idioma a lo largo y ancho de nuestro mundo, por considerar que es vital para nuestra lengua respetar sus principios básicos constitutivos.
El mundo está lleno de reglas, ellas van desde las establecidas por Dios hasta las que mantenemos en nuestras casas pasando por las leyes de tránsito y las normas ortográficas, por lo que hablar de exclusión en cuanto a la aplicación de un grupo de normas dentro de un idioma es absurdo. Así como los mandamientos, son una guía para nuestra vida en el mundo, las reglas ortográficas lo son para la escritura y más que verlas como una forma de sanción o castigo para quienes las incumplen, hay que entender el verdadero sentido para el cual fueron establecidas que es dirigir y orientar nuestra escritura.
Así mismo, tenemos que destacar que en muchos casos el conocimiento nos hace sentir poderosos y no todos sabemos canalizar ese poder de forma adecuada porque mientras unos emplean lo que aprenden para enseñar a los demás, otros lo usan para humillar y sentirse superiores, pero eso no tiene nada que ver con el dominio de la pobre ortografía, sino más bien con la actitud que cada uno tome ante la vida y eso no nos da derecho a solicitar la jubilación de la misma.
A manera de ilustración, imaginémonos la siguiente situación: un domingo en misa, nos encontramos a una de esas señoras que se las pasa día y noche rezando y que se conocen la palabra de Dios al revés y al derecho, les preguntamos algo y no solo nos mira como a un insecto, sino que también nos contesta de mala manera. Una persona de poca fe diría que por eso no cree en Dios y vive como se le da la gana y que quizás las leyes de Dios son pura charlatanería. Otra persona que sí tiene una gran devoción, no le daría importancia porque a la final va a la iglesia por Dios y no por los hombres, así que pensaría que el pecado lo lleva quien actuó mal. De tal manera, que la persona de poca fe podría pedir que se jubilara la Ley de Dios porque a la final ni siquiera los que la predican, la practican, mientras que la segunda persona se aferraría a la importancia de mantener en vigencia dichos mandamientos por ser ellos los que nos orientan el comportamiento, incluso, en situaciones tan difíciles como esas, donde de seguro, la segunda persona simplemente recordaría el más importante de todos los mandamientos: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Otro caso, podría ser el de las señales de tránsito. Imaginémonos ahora un típico lunes al mediodía cuando todos salimos a la calle casi al mismo tiempo, montarnos en nuestro carro y encontrarnos que no sabemos si agarrar a la derecha o la izquierda porque no tenemos ninguna referencia de cuál es el sentido de la vía. Las mujeres, en estos casos, nos dejamos llevar por aquello llamado sexto sentido; así que digamos que agarramos hacia la derecha, pero resulta ser que nos encontramos a un carro de frente porque a su conductor le pareció lo contrario. De tal forma, que figúrense el caos que se podría producir en todas las ciudades a nivel mundial, si alguna mente brillante se le ocurriera que deberíamos de jubilar las reglas de tránsito y le tomáramos la palabra.
Finalmente, ubiquémonos dentro de un hogar dónde los padres establecen las reglas de convivencia y les dicen a sus hijos que no deben de llegar después de las diez, cada uno debe de ayudar en las labores de la casa y salir bien en clases. Uno de los jóvenes quien tiene diecisiete años y se cree el súper poderoso porque está por cumplir la mayoridad le propone a sus hermanos que ya es tiempo de jubilar las normas del hogar porque están cansados de recibir órdenes y es tiempo de hacer lo que se les dé la gana, por lo que al caer la tarde cuando los padres regresan a su casa se encuentran con una fiesta de adolescentes, bebiendo alcohol, bailando indecentemente e incluso a una parejita haciendo el amor en su cama. Sin duda, un cuadro “muy hermoso” y todo por haber apoyado esa idea “tan fascinante” de jubilar las reglas establecidas por los padres quienes son los que tienen y deben de tener la autoridad en el hogar.
En fin, los ejemplos sobre la jubilación de las reglas pueden ser innumerables pero estos nos dan una clara idea de que en todos los ámbitos bien sea social, familiar o religioso las normas son establecidas para nuestro propio beneficio. Pretender hablar de una exclusión, por el solo hecho de tener que acatarlas, es una simple excusa inventada por quienes tienen una gran flojera mental de esforzarse en lograr dominarlas.
Ahora bien, estas ideas están íntimamente relacionadas con el mantenimiento de la ortografía debido a que ella busca orientar al escritor para que sepa cómo debe de escribir cada palabra correctamente y ser entendido por quien lo lee. Ciertamente, tendremos que admitir que, por diversas, razones que normalmente van de lo históricas a lo etimológicas, nuestro sistema ortográfico dispone de varias posibilidades para representar un mismo fonema como por ejemplo, el fonema /j/, para cuya escritura usamos los grafemas j (jinete) y g (giro) (RAE, 2010).
Si bien es cierto que esos detalles son los que más incomodan a los estudiantes del idioma, por ser una de las normas más difíciles de aprender, no es menos cierto, que los retos nos hacen más capaces de afrontar la vida que de por si está llena de dificultades. Derrumbarnos por algo tan simple, como es el aprendernos unas reglas que han sido diseñadas para cuidar nuestro lenguaje a lo largo y ancho de nuestra esfera terrestre, es una debilidad personal más que de nuestro sistema idiomático.
Lo que, en todo caso, se puede proponer son algunos cambios a las reglas que pueden llegar a ser ambiguas, pero hay que entender que la mayor parte de las reformas realizadas en los sistemas ortográficos de las lenguas que han contado con escritura desde sus orígenes han sido parciales y progresivas (RAE, 2010: 20).
A manera de conclusión, debemos recordar que en un mundo sin reglas, reina el caos, de modo que un lenguaje sin ellas no llegaría ni siquiera a existir, por lo que la pertinencia de la ortografía aún en nuestro siglo es total y definitiva. En todo caso, es censurable la forma en que algunas personas corrigen a otras, pero eso no tiene nada que ver con la norma, sino más bien con la actitud de nosotros mismos.
BIBLIOGRAFÍA
– Real Academia Académica: Ortografía (2010).