Por Nasbly Kalinina
@Nasbly
Madre:
 Porque me pariste te amo,
Porque me acogiste te aclamo.
Hoy tengo dos madres:
Una que está agonizando,
Y otra que me ha adoptado.

Ana María Montilla e Inés Gabriela Araujo Dickens se conocieron durante el tour de quinceañeras que hicieron en el año mil novecientos noventa y cuatro. Siendo la primera colombiana y la segunda venezolana se sintieron sumamente identificadas a nivel cultural y desde entonces se hicieron muy amigas manteniéndose en contacto, en principio a través de cartas, y más adelante por medio de las redes sociales. Así un día durante el mes de febrero del año dos mil dieciséis Ana María le envió el siguiente correo electrónico a Inés Gabriela:

“Querida Inés Gabriela: Te tengo una historia maravillosa para tu nuevo libro. Una amiga mía llamada Patricia Andrade es una mujer increíble que debes de incluir en tus biografías de venezolanos en el exilio. Ella es la creadora de la fundación Venezuela Awareness cuyo principal propósito es promover la democracia y los derechos humanos por lo que cada año viajo a Miami un par de semanas para ayudarla y apoyar a tu pueblo por medio de este grupo de compatriotas tuyos que están organizadas en Estados Unidos. El trabajo de Patricia es extraordinario pero antes te explicarte más a fondo sobre lo que hace te voy a contar sobre cómo nos conocimos.

     Resulta ser que en el año mil novecientos noventa y nueve cuando regresaba a Bogotá desde Miami me tocó parar en Caracas. Recuerdo que el vuelo estaba un poco vacío y con el cansancio del trabajo realizado en Estados Unidos traté de dormir pero unos niños que estaban sentados a mi lado no me lo permitieron. Estaban tan contentos porque iban a visitar a sus abuelos en Venezuela que no dejaban de cantar teniendo que resignarme a escucharlos. Sus padres muy apenados al ver mi cara de cansancio trataron de calmarlos sin éxito. Pedí un café y les dije que no se preocuparan. Nos presentamos y les hablé sobre mi voluntariado en ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados). Patricia quedó fascinada con mi labor social por lo que intercambiamos nuestros datos para mantenernos en contacto.

     Ese viaje fue divertidísimo porque sus hijos eran bien alegres, de hecho, cuando ya estábamos por aterrizar en Venezuela Patricia les dijo a sus niños que esas montañas que veían eran La Guaira a los que ellos contestaron felizmente Hawái. Patricia al pensar que no le habían escuchado bien les repitió que era La Guaira pero ellos insistieron a coro que era Haaaaaaawái. Lo que al resto de la tripulación nos causó mucha gracia.

     Durante ese viaje aprendí que Patricia nació en Puerto Ordaz, estado Bolívar, ciudad sureña venezolana en donde se encuentran los parques naturales de La Llovizna y el de Cachamay en el que se pueden disfrutar las caídas de agua del río Caroní. Ella proviene de una familia católica amplia y muy unida. Sin embargo, al casarse se fue a los Estados Unidos para acompañar a su esposo quien realizó su formación universitaria en Georgia.

     Desde que se mudó a Miami sus viajes a Venezuela para reunirse con sus abuelos, tíos, primos y amigos de siempre habían sido frecuentes. De tal manera que ese vuelo en que la conocí fue uno más de los que continuamente realizaba mientras que para mí fue un simple paso para volver a mi casa en Bogotá. En ese momento no tenía idea que estaba conociendo a una de las mujeres que más he admirado en mi vida. Y es que Patricia es así, natural, solidaria, amistosa, cordial, luchadora y sobre todo con un espíritu misericordioso que le ha permitido ganarse el respeto de quienes, como yo, hemos tenido el gusto de conocerla.

    Un par de meses después de ese viaje la llamé a su celular. Imagínate en ese tiempo aun matando fiebre con esos teléfonos que hoy en día son tan indispensables como nuestras tarjetas de crédito. En esa conversación, Patricia me contó que al partir de Puerto Ordaz le entraron unas ganas de llorar incontrolables a lo que su esposo tuvo que consolarla recordándole que pronto volverían porque siempre iban una o dos veces al año. No le dije nada, pero me pareció que eso fue un mal presentimiento y en efecto, el tiempo me dio la razón, porque en el año 2003 Nicolás Maduro quien entonces era el presidente de la Asamblea Nacional la acusó como miembro de la CIA por lo que no pudo volver a Venezuela; empezando así su autoexilio.

     A pesar de que ya era ciudadana americana, luego de aquellas declaraciones de Maduro junto a Cilia Flores, y posteriormente reafirmadas por Chávez y Diosdado Cabello en sus respectivos programas televisivos, entendió que nada ni nadie le garantizarían su libertad e integridad física en el territorio venezolano.

   Y es que en la era de Chávez el protestar dentro y fuera de Venezuela era un delito, así los espías del régimen fueron reseñando a las personas que se manifestaban abiertamente como opositores. Inocentemente, Patricia se empeñó en darse a conocer entre los venezolanos porque en aquellos años esa comunidad que residía en Miami era muy pequeña y la mayoría de las personas provenían de Caracas. En cada protesta estaba ella, dando la cara por el país y organizándose con otros venezolanos anónimos entre los que se ligaron simpatizantes y agentes encubiertos.

    Desde que entendió que a Venezuela no podría volver se sintió huérfana de madre porque a pesar de que Estados Unidos la había adoptado abrigándola dentro de un sistema de instituciones sociales que sí funcionan como la educación, seguridad, salud…; no era igual, la felicidad jamás volvió a ser completa porque ya no podría volver a los brazos de la madre que le había dado la vida, sentimiento que se agudizó en el año dos mil catorce en que murió la viejita que la había traído al mundo y a quien no pudo visitar para darle el último adiós.

     A pesar de que es una víctima más del exilio, Patricia no descansa en su lucha por conseguir la libertad de los presos políticos y de ayudar a los venezolanos que han llegado a Estados Unidos huyendo de las violaciones a los derechos humanos que se han incrementado con Nicolás Maduro, quien para mi pesar y las de muchos de mis compatriotas, se dice que es colombiano.

     Patricia ve con gran preocupación que Venezuela vive una guerra espiritual en la que se ha sustituido a Dios y a la Virgen por el dios poder y el dios dinero por lo que no descansa en demostrar su misericordia ante los que sufren persecución, carecen de comida y trabajo. Para ella el regreso de los principios y valores es fundamental en la construcción de un mejor país y la solidaridad no es una palabra es un acto que se contagia a través del ejemplo.

     En cuanto a los venezolanos que llegan a Estados Unidos, que hoy en día les toca dormir hasta en el piso, les recuerda que tienen que adaptarse y ser agradecidos sin olvidar a la patria que se ha dejado atrás y con la esperanza de que sus hijos luchen para devolverle la salud perdida por aquella enfermedad llamada comunismo.

     Así que mijita si usted no escribe la historia de Patricia Andrade su libro sobre los exiliados va a quedar muy soso porque el trabajo realizado por esta mujer ha servido principalmente para arrancarle la careta al difunto Chávez y posteriormente a sus herederos quienes han violado los derechos humanos en un sistema no democrático. Le recomiendo además que vaya a la página web de la fundación Venezuela Awareness para que se documente mejor sobre su trabajo en que también se mantiene viva la memoria de las personas que han perdido la vida por oponerse al régimen de Nicolás Maduro.  

     Bueno, con este abrebocas sobre la vida de Patricia me despido para que lo vayas pensando, cualquier cosa me avisas y te pongo en contacto con ella.

     Besitos, Ana María”

Luego de leer ese correo, Inés Gabriela, le agradeció a su amiga colombiana por haberle introducido a Patricia Andrade y desde ese momento comenzó a investigar sobre las actividades  de aquella venezolana quien se había ganado la admiración y respeto de Ana María.  Al buscar información en internet descubrió que en el año dos mil diez Andrade había sido escogida como uno de los cien latinos más influyentes en Estados Unidos y en el dos mil doce recibió una distinción de parte del Congreso de los Estados Unidos de América por su defensa de la democracia y los derechos humanos en Venezuela.

Ante aquel hallazgo, Inés Gabriela se apresuró en llamar a su paisana para contactar una cita y conocerla en persona. El encuentro entre ambas se dio una tarde en un restaurante en el Doral cercano al depósito donde almacenaba las donaciones de Venezuela Awareness Foundation (VAF) y que luego eran distribuidos entre las familias venezolanas que recién llegaban al país. Al encuentro Patricia asistió con una de sus mejores amigas llamada Carol Quintero quien también era una activista venezolana-americana quien representaba a los Venezolanos Voluntarios Anónimos en Miami (VEVAM).

Ambas mujeres cautivaron a Inés Gabriela con su sencillez y amabilidad, contestando todas las preguntas que tenía para Patricia y que luego fueron incluyendo también a Carol.

—Patricia: ¿Por qué reconocieron su trabajo en el Congreso de los Estados Unidos?              —Inquirió Inés Gabriela quien ya sabía la respuesta porque la había leído en la Internet pero quien deseaba escucharla directamente de la boca de su nueva muza.

—La distinción me la dieron de la mano del Congresista Republicano por la Florida, Mario Diaz-Balart, por la defensa de los Derecho Humanos en Venezuela y constante lucha en contra de los abusos del régimen del ya fallecido Hugo Chávez lo cual ha servido para quitarle la careta a ese sistema político que le ha destruido las esperanzas a los venezolanos de tener un futuro de libertad y prosperidad.

—¿Qué la hizo emprender esa labor dentro de las comodidades de este país tan lejano siendo ya usted ciudadana americana? —preguntó Inés Gabriela, esta vez, tratando de descubrir las verdaderas intenciones de Patricia: ¿sería que no era solo altruismo lo que movía a esa mujer?,  ¿Dinero?, ¿Poder?, ¿Fama? ¿Qué había detrás de todo aquel trabajo tan desgastante tanto mental como físicamente?

—El amor a mi madre patria porque desde que llegué aquí tengo dos madres: Venezuela porque fue el país que me parió y Estados Unidos porque fue el país que me adoptó. Cuando se emigra, no podemos olvidar nuestras raíces y menos cuando la madre que nos parió está agonizando y tantos hermanos están sufriendo la oscuridad, el frío y soledad de las cárceles por tan solo tratar de protegerla. Hoy en día Leopoldo López es la cara visible de quienes como él han luchado por la libertad de Venezuela. Génesis Carmona, la ex reina de belleza, es apenas unos de los rostros de los tantos caídos por protestar. José Antonio Colina y Gisela Parra son dos de los miles de exiliados que han tenido que huir para no correr con la misma suerte de López o Carmona. Cuando realmente se ama, es imposible tener tranquilidad cuando el objeto de nuestro amor está sufriendo tanto. Cuando se ama ningún sacrificio es suficiente. Pero sobre todo, cuando realmente se cree en Dios y en la Virgen las oraciones se vuelven en acciones y la felicidad es la lucha por la salvación de todas las almas —Sentenció Patricia mirando fijamente a una Inés Gabriela que se sintió apenada por haber dudado de la buena fe de aquella noble mujer luchadora, emprendedora y con una clara escala de valores morales que la han hecho brillar en su carrera de defender a los más necesitados.

—En la larga lista de presos políticos y personas torturadas que maneja la fundación que creé  en el año dos mil cuatro —Continuó Patricia— se encuentran no solo protestantes sino también ciudadanos que alimentaron a los estudiantes que se pronunciaron en contra del régimen y hasta abogados que los asistieron. Un trabajo nada fácil porque hasta hace poco el mundo aseguraba que en Venezuela había democracia cuando en realidad Chávez y posteriormente Maduro han sido más crueles con sus opositores que Marcos Pérez Jiménez lo que se evidencia no solo con los brutales ataques de los policías nacionales, militares y hasta cubanos encubiertos en contra de los manifestantes si no también, con los casos de desaparecidos y ajusticiados que han proliferado especialmente desde las protestas del dos mil catorce; y ni hablar de las constantes llamadas que los estudiantes fichados reciben en las que se les advierte que no sigan protestando pues, esa es la nueva modalidad de persecución y amenaza. Con ese escenario tan sombrío, ¿Cómo callar?, ¿Cómo quedarme con los brazos cruzados? Estudié Derecho no para colgar mi título en la pared sino para defender las causas en las que creo y la libertad de Venezuela es sin duda mi mayor desafío —dijo una Patricia segura de sí misma y esperanzada en que mejores tiempos vendrán para aquella tierra de gracia. Sentimientos que Inés Gabriela compartía plenamente porque la fe había sido la virtud mejor aprendida y heredada de su familia al igual que su amor no solo por sus compatriotas si no por los seres humanos en general.

—A las afueras de este restaurante se encuentra un busto de nuestro Libertador y a su lado Patricia junto a un grupo de voluntarios han puesto unas cruces con el nombre de cada uno de los caídos durante las protestas del dos mil catorce y cada mes le trae flores para mantener vivo el recuerdo de estos valientes e inocentes venezolanos que salieron un día a alzar su voz por una mejor Venezuela, así mismo, ella ha organizado jornadas de asesoría legal para educar a la comunidad venezolana para que no sigan siendo víctima de las constantes estafas de abogados inescrupulosos que se están aprovechando de la desesperación con la que llegan a Estados Unidos por la falta de alimentos, medicamentos, inseguridad y persecución. De igual forma, Patricia siempre ha promovido la ciudadanía entre los residentes latinos porque con ello podemos votar y evitar la deportación —Comentó Carol a la vez que saludaba a una mujer hermosamente vestida con una falda con la bandera venezolana, sombrero típico y un par de corazones en sus mejillas y quien se llamaba Diana Rivaz, mejor conocida por sus amigas como Maraquita, por su flamante vestimenta con la que se paseaba por toda la ciudad del Doral o Doralzuela porque es casi como vivir en Venezuela.

Inés Gabriela quedó tan fascinada con este trio de mujeres venezolanas que se tomó varias fotos con ellas para compartirlas en las redes sociales y presentarlas con gran orgullo como sus nuevas amigas aunque sabía que se llevaba un reto entre sus manos pues el resumir la vida de Patricia Andrade en un par de páginas no sería tarea fácil.

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